El Parque de Grandes Espectáculos |
A mi amigo Nano Gigli
Municipal y socialmente deleznable, la destrucción del
Parque de Grandes Espectáculos resultó un atentado contra la salud física y
mental de la población de Santiago del Estero.
Si uno se pone a pensar en términos organicistas, la Plaza
Libertad es el ombligo de la ciudad, y el maravilloso Parque de Espectáculos ha
sido durante muchos años su corazón palpitante. Ahora que los destructores de
la salud pública yacen en el olvido, voy a intentar revivir aquello, impulsado
por el aroma de santarritas y jazmines que traen de regreso en el plumaje de
los pájaros del parque.
Situado en el mismísimo centro del Parque Aguirre, obra
irremplazable realizada por Guillermo Renzi, cercado por una tapia blanquecina,
el Parque de Grandes Espectáculos oficiaba de Edén en la escatología de los
bailarines santiagueños de la noche. Ya ubicados, queridos comprovincianos, no
tenemos más remedio que ir a bailar, divisar una mujer celeste sentada entre
aquellas sillas coloradas de lata, junto a sus padres y hermanos, llegar más
cerca después de haber caminado como cincuenta metros para cruzar la pista y
con un indefinible ademán invitarla a danzar, si no estaba sudada, claro, como
le habían contestado a uno una vez. Qué lujo, ¿no? O como aquella vez que me
han contado que le había dicho a una señorita “¿Bailamos?”, recostada muy
displicente en el respaldo de la silla, estirando la pierna le había
contestado: “Estoy comprometida a bailar con ese otro”, señalándolo con la
pata.
Yo miraba aquello con ojos de niño, no conocía el horror, no
concebía la existencia ni el sonido de la palabra desesperanza, en aquel lugar
no cabía la desesperanza, miraba con ojos de jabón Pinche que me daba la luna
en una ciudad rampante, de gran escozor en su nuca, una ciudad con sangre de
pájaro y que hacía escribir a algunos poetas con esa sangre en el blanco y
negro de una hoja blanca de papel.
El Parque de Grandes Espectáculos tenía cien metros de largo
y como cuarenta de ancho, tenía en sus laterales de afuera veinticuatro bancos
como de mosaico combinado con mayólicas de colores. Así como la ciudad de
Ámsterdam es un jardín de tulipanes, así como la inimaginable Saba era el país
de las especies, aquellos costados de afuera del Parque de Espectáculos eran como
me imagino debe haber sido el Edén. En esos costados escondíamos el amor para
protegerlo de los malos tratos y de una sociedad limpia y pura que nos mandaba
la policía, besos a hurtadillas, el esplendor de una mujer y un hombre en la
cima de la vida. Los dos bancos de madera estaban en la entrada, mamita mía,
aquella pieza vacía y sin techo de la parte de atrás de la confitería El Kakuy,
justo al frente de la entrada, mamita mía, la policía no nos dejaba en paz, la
policía montada siempre fue insistente en eso, por entonces uno no sabía si
besaba los labios de una mujer o la jeta de un caballo, qué tiempos. La cagada
era que tampoco nos dejaban vender bombitas por arriba de la tapia en carnaval.
No nos dejaban besar, no nos dejaban vender, realmente existe una generación de
santiagueños que ha conocido varios horrores, no solamente uno.
Dos pistas simultáneas a toda velocidad, la gente bailando
con la voz de Alberto Castillo, el cantor de los cien barrios porteños que una
noche le dedicó un tango al cuerpo de paracaidistas santiagueños, que eran los
changos que estaban trepados en los eucaliptus de afuera para poder ver. Los
Cinco Latinos, Oscar Alemán, Alfredo De Angelis, Canaro, Hugo del Carril,
Washington Bertolín que actuaba cada rato.
En el centro, entre las dos pistas, la imponente confitería
estilo barco, allí se cenaba en cubierta y desde allí arriba se proyectaba cine
sobre la pantalla del escenario, los mostradores de la confitería eran de
granito y daban vuelta. Hacia atrás, junto al escenario, para un lado la
entrada de artistas, y para el otro el depósito de botellas. La cabina de
música y transmisión tenía dos platos, para dos discos, mientras terminaba una
pieza se le cambiaba la púa para la otra, por lo tanto la capacidad de
seducción bailando tenía una duración muy limitada, apenas había empezado a
acercarse a la oreja de la señorita ya había que sentarse, o quedarse parado
frente a frente en la pista ante la mirada inquisidora de toda la familia
correspondiente.
Me cuentan de los bailes de la primavera, la elección de la
reina de la primavera, como lo fue Ethel Rojo, la Lilicha Lucatelli, Frida
Osimani, y que una noche, Ottinetti, el gran administrador y locutor, se había
empecinado en que él iba a presentar a la nueva reina, y bien señoras y señores,
ha llegado el momento culminante de la noche, la bella reina del año pasado va
a entregar a la flamante reina de este año su cetro, y un ramo de flores de
durazno al natural… ¡uhá!, dice que había dicho.
Y la otra vez, que dice que estaba cantando boleros Mario
Clavel y que mientras cantaba uno de los músicos de la orquesta le tinquiaban
las juanitas del hombro del saco, y cuando estaba cantando Granada, se había
tragado una juanita, una juanita pero gorda, como las de entonces, me imagino
lo que habrá sido eso, quishquido de juanita.
La Orquesta Gigante del Parque bajo la dirección de Frank
Bocter, que tal. La familia Gigli en primera fila, la noche que estuvo Xenia
Monti con el elenco del Folies Bergere. La actuación de las estudiantinas de
los hermanos Gigli por el Colegio Nacional merecen un renglón aparte.
El tenor mexicano José Mojica que cantó sobre el escenario
con su vestidura de fraile franciscano, y como cantando no podía decir de
bellas mujeres, había dicho de lindos claveles.
El señor Dorio Dante Ottinetti, encargado de los contratos
artísticos que solía consignar que en caso de un fenómeno atmosférico se dejaba
sin efecto el contrato, no sólo por lluvia, también viento, granizo, polvareda
y demás.
Estaban las carreras de autitos a pedal que transmitía Fidel
Oubiña por LV11, allí nació “El autito loco”, mi hermano mayor, que había dicho
por radio que si perdía la carrera lo iba a hacer mierda al auto.
Se recuerda al gaucho hilacha, ni más ni menos que el
fabuloso Pinillo, bailando chacarera contrapunto con otro, dos hombres bailaban
la chacarera La Muerta que se llamaba, y al final uno se tiraba en el escenario
como muerto. La famosa tijera de Ottinetti, a Ariri me refiero, al otro, al
padre del Negro y del Gringo, con una enorme tijera de cartón hacía como si
cortara en dos a los participantes de los concursos de aficionados que no
gustaban. En Santiago, por entonces, no había psicoanálisis, si no ya hubieran
sacado una de esas escenas para un logotipo de propaganda, el ser humano
dividido, un libro que deshoja por una ráfaga de días en el amanecer.
Se hace muy necesario nombrar a Homero Luna, a Rodolfo
Scillia, Omar Chipolatti, a Lulo Gorostiza, entre los más importantes
animadores del más espectacular de los lugares públicos que ha tenido la ciudad
de Santiago del Estero.
La felicidad de aquellos bailes populares comenzaba de rigor
con “Polvo de estrellas”, por Arty Shaw, y la última pieza era el tango “El
amanecer”, indefectiblemente todo finalizaba a las tres de la mañana, no era el
amanecer, el amanecer era sólo música que miraba Paco Lledó fumando un
Pall-Mall, acomodándose su eterno saco blanco a un costado de la pista,
calculando con esos ojitos qué método iría a utilizar para salir ganado en la
película de esa noche de su vida.
Una pareja en el tiempo se ha quedado bailando sola en la
pista vacía, ella lleva puesto un vestidito de seda rosita, los inunda el
perfume de jazmines a su alrededor, aquel perfume de amar y de soñar.
Cuando nuestro Parque de Grandes Espectáculos fue destruido
por los enemigos de la salud pública provincial, un hombre se pegó un tiro una
siesta junto a la puerta de entrada, y la fiesta memorable terminó.(Tomado de "El libro del Zoco I", de Jorge Rosenberg).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.