lunes, 23 de noviembre de 2015

El ajusticiamiento del cabo Paz

El cabo Paz
Julio César Castiglione

En 1933 el mundo estaba en crisis. En Europa, Hitler había llegado al poder y Mussolini era ya primer ministro italiano. Reinaba una paz intranquila, por las pretensiones que exhibían los dos dictadores, pero nada hacía presumir el sombrío porvenir con la Segunda Guerra Mundial, que costaría más de 16 millones de muertos e inmensos daños materiales.
Paraguay y Bolivia estaban en guerra. Ambos habían padecido crueles sufrimientos: Paraguay, la Guerra de la Triple Alianza (1864-70) y Chile contra Perú y Bolivia en 1879-83 (Guerra del Pacífico), que le costó a ésta la secesión de su litoral marítimo.
La Argentina, era uno de los países más desarrollados del mundo. En ese tiempo, por $4 se podía comprar un dólar; un auto Ford, costaba unos de $ 1.200, el cambio de monedas y de mercaderías no estaba controlado. Había ganado las elecciones la Concordancia y tenía unos 12 millones de habitantes.
Santiago solía ser azotada por olas de langostas y el bravío Río Dulce desbordaba de vez en cuando y amenazaba inundar sus suburbios, por lo que se había construido hace poco la majestuosa costanera con poderosas escolleras.
La ciudad tranquila y somnolienta por el calor, mostraba una quietud propia de la estación. Tenía unos 50.000 habitantes, sus calles estaban empedradas, muy pocas asfaltadas y la mayoría de tierra, que con las lluvias se transformaban en un barro muy pegadizo.
Era característica su acequia, que la atravesaba corriendo por la Avenida Belgrano de Norte a Sur, bordeada por hermosos álamos.
En la zona Norte, cerca del río, está instalado el Regimiento 18 de Infantería, al mando del coronel Eduardo López.
Se seguía las noticias por el diario “El Liberal”, pues no había radio en la ciudad, ni en todo el Norte. Un desdichado suceso se habría originado, cuando un contingente de soldados regresaba desde Tartagal. El mayor Carlos Elvidio Sabella, había prescindido del cocinero Sierra por reiterados incumplimientos, ordenando al cabo Luis Leónidas Paz que lo bajara del tren, pero Paz apiadado no lo hizo. Llegando, Sabella vio que Sierra descendía del tren. Indignado le aplicó, diez días de arresto. La sanción enfureció a Paz, considerándola muy injusta.

Los prolegómenos
Debió pesar su foja de servicio y próximo a casarse, la sanción imprevista trastornaba sus planes.
Era un 2 de enero, el cabo Paz solicitó una entrevista con Sabella, para disculparse, pero éste se negó. Insistió ante ello; fastidiado el mayor ordenó su arresto. Pero antes que se pudiera cumplir la orden, en rápida reacción se escabulló, ingresó en el comedor y efectuó un disparo, para que los oficiales que flanqueaban al mayor se apartaran. Inmediatamente le apuntó a la cabeza y le disparó cinco proyectiles.
Para mejor comprender, debe tenerse en cuenta, que en los ejércitos la disciplina es de gran valor, tanto, que el lema del Ejército Argentino es: “Subordinación y Valor”. Como se observa, la subordinación es más importante que el valor. Un ejército sin disciplina no puede triunfar, el desorden lo hace fácil preso del enemigo.
El cabo Paz tenía 28 años. Era santiagueño y popular entre la gente por su actuación como jugador de fútbol en el Club Santiago. El arresto dañaba su carrera, postergaba su ascenso cuando tenía pensado casarse. Y todo, por algo minúsculo; seguramente el mayor comprendería. Así que resolvió ir a pedirle reconsideración.
Pero, Sabella se negó a recibirlo. Fastidiado, inició un tercer intento. A la hora del almuerzo, se hizo anunciar por un conscripto. Pero Sabella voz fuerte, para que el cabo la oyera, ordenó al teniente Damundio, que arrestara al cabo.
Entonces, ocurrió lo inimaginable. El cabo Paz penetró en el comedor, llegó hasta la mesa de Sabella, extrajo un revólver y le disparó los tiros. Paz salió corriendo, perseguido por Damundio y el subteniente Vera. Lo alcanzaron a las dos cuadras y lo llevaron al calabozo.

El Consejo de Guerra
Superada la estupefacción, se constituyó un Consejo de Guerra Especial, presidido por el jefe de la V División de Ejército, coronel Eduardo López. El capitán Guillermo Améstegui levantó el sumario, con testimonios de los presentes en el comedor. El tribunal deliberó el 3 y el 4 de enero. En las dos declaraciones que prestó ante sus miembros, el cabo Paz narró con calma el incidente.

Pena de muerte
Durante el juicio, el capitán Máximo Garro, defensor de Paz, advirtió que se trataba de un hombre bueno, exaltado por una actitud inesperada y descortés, en un momento especial de su vida: su próximo enlace, lo que imponía una actitud tolerante. Explicó que no hubo premeditación, ni perversidad. Sus antecedentes, además, lo hacían merecedor de comprensión e indulgencia. Describió y juzgo a su defendido, como hombre temperamental, pero buen soldado y buen compañero. Alegó que había obrado bajo emoción violenta, que estaba enfermo de sífilis y que, cargaba los antecedentes de un padre alcohólico. La exposición era oral y Paz, lo interrumpió: “No es verdad”, dijo. Garro quedó descolocado pidiendo un receso para hablar con su defendido. “No hay nada que aclarar”, le manifestó Paz. “Mi padre era un hombre completamente normal y decente”. Mancillar el honor de su padre le resultó intolerable y no transigió. Debió callarse el defensor.
Oídas las exposiciones de la acusación y defensa, el Consejo de Guerra pasó a deliberar. Su fallo previsible: la pena de muerte. El defensor apeló a Buenos Aires, ante el Consejo Supremo de Guerra y Marina, pero fue confirmada el día 6 de enero.

Santiago en convulsión
El suceso había conmocionado a Santiago, en todas sus franjas sociales. Lo reflejaba la prensa. Desde Buenos Aires, el diario “Crítica” destacó un enviado especial, Roberto Cejas Arias. Todo es historia, lo narraría en “1935: fusilamiento en Santiago del Estero”.
El pueblo, se solidarizaba sin vacilar con el cabo Paz. Despertaba simpatía por el santiagueño, por deportista y por buena persona; siempre las arreglaba para repartir el sobrante de comida entre la gente pobre que se acercaba al cuartel.
También por los rumores: que Sabella perseguía a Paz, arrestándolo por nimiedades. Y se musitaban motivos personales, vinculados con mujeres. Y otros argumentos: ¿No era posible abolir estas penas insólitas, que afectaban los derechos de la persona humana? El clamor y la indignación popular crecían.

El “cúmplase” de Justo
Se organizaron manifestaciones, cada vez más nutridas, incluso el gobernador, Juan Castro, debió prometer que pediría clemencia. La Cámara de Diputados, el Concejo Deliberante, el Colegio de Abogados y una cantidad de agrupaciones gremiales y culturales remitían notas con idéntico sentido requerimiento. Un clima de agitación crecía en la ciudad.
Pero el hecho resultaba intolerable: trastornaba de raíz su sistema de jerarquías. Era previsible que el presidente, un general, no vacilaría. Y lo confirmó el 8 de enero.

El fusilamiento
El cabo Paz tenía su orgullo. Se negó a solicitar clemencia, pese se lo habían sugerido su defensor y sus amigos. Recibió la noticia con serenidad. Escribió cartas, se despidió de la novia y de los familiares, presenció el bautismo de un sobrino en su celda, con hondo patetismo. El día fijado, hubo gran expectación. El comercio cerró sus puertas y grupos compactos vociferantes, blandían letreros o rezaban en las inmediaciones del cuartel. Soldados con fusiles se habían distribuido en posiciones estratégicas.
En el cuartel, alta tensión. Los compañeros y amigos de Paz, compungidos rezaban y esperaban alguna solución que no llegó. A las 14 horas del 9 de enero de 1935, el jefe del Regimiento ordenó ocho fusileros a quince metros, en el patio de maniobras del regimiento.
Solo cuatro fusiles tenían municiones, los otros solo pólvora, para que nadie sepa quien lo mató. No quiso que se le vendaran los ojos, enfrentando con serenidad al pelotón. Fue el sargento Medina, quien disparó el tiro de gracia.

La protesta
En las inmediaciones del cuartel, la gente, esperaba el milagro. El estampido de las descargas desencadenó una impresionante protesta. La multitud recorrió enfurecida las calles, desahogando su cólera. Destrozó vidrieras, apedreó “El Liberal”, el Obispado, la Casa Radical, entre otros desmanes que la Policía controló con esfuerzo.
Fueron detenidos los abogados Manuel Fernández y Ruperto Peralta Figueroa, como cabecillas de la protesta. Pero otra inmensa manifestación popular sitió la Casa de Gobierno el día 12, obligando a liberarlos.
La última carta de Paz. “Muero sin rencor para nadie”, decía, y daba gracias a Dios por el auxilio espiritual de los capellanes. “Doy gracias también a todos cuantos se han interesado por mí y a quienes no pude darles el último adiós en vivo, y pido a Dios por mi queridísima hermana y familia, a quien Dios bendiga. ¡Viva la Patria¡ ¡Viva el Ejército!”.

¿Fue justo el fallo?
La aplicación de justicia supone un reparto igualitario. En el Antiguo Régimen en toda Europa, como en el resto del mundo, la justicia era desigual, había privilegios reservados para las capas sociales superiores. En Santiago del Estero en este caso, la justicia no se impartió del mismo modo para todos. La profesora Marta Sialle de Gauna, considera que el falló mostró una justicia parcial y, por ende, inequitativa.
Recuerda que: “Un año antes, el teniente coronel Quiroga había sido víctima de un hecho similar, al ser baleado por un sargento en una guarnición cordobesa. Si bien resultó ileso de la agresión, murió en cambio el teniente J. Martínez de Sucre, quien heroicamente se interpuso en el trayecto de la bala homicida. El agresor fue sentenciado a muerte, pero Justo le conmutó la pena por reclusión por treinta años”.

La defensa
El defensor leyó un escrito tendiente a aclarar los hechos y las acusaciones formuladas contra el cabo Paz. En ellos destaca su buen comportamiento y las razones que explicaban y tenuarían la gravedad de la falta. “No intentaré rebatir los graves cargos, pero si reclamar la atención (...) sobre las circunstancias que provocaron este hecho (...) capaces de llevar a un hombre sencillo y bueno a incurrir en un delito en un momento en que roto el equilibrio psicológico, el hombre no es más el ser libre y responsable de sus actos como lo es por definición (...), sucesivos castigos, sucesivas postergaciones en su carrera, agravado por apremios económicos, que le hacían sobrellevar difícilmente su situación de hermano ejemplar. Es bien sabido que aspiraba a la realización de un legítimo anhelo: formar un hogar, anhelo cuya materialización se iba postergando en contra de sus deseos. No resulta difícil comprender, que el nuevo castigo fue la causa inmediata que produjo la acción de la gota de agua que rebalsa la copa, rompiendo ese equilibrio psicológico, convirtiéndose así en el autómata que obra al impulso más fuerte o a la emoción más reciente (...) el mismo cabo lo declara con una franqueza que honra su carácter de soldado, fue ese castigo y nada más; no tenía agravios contra su superior, no inventa motivos. Pero mi defendido no obró en su estado normal. No puede considerarse normal a un hombre hijo de un padre alcohólico y que, para colmo, padece de una enfermedad que puede haber obrado como causa de carácter orgánico o la razón que nos explique esto que es inexplicable, por la desproporción que hay de causa efecto: su ficha médica consta que el día 13 de septiembre da parte de enfermo afectado de chancro”.
En el momento en que se refería a su padre, el cabo Paz lo interrumpió diciéndole, perdone “pero Ud. se aparta de la verdad”. El capitán sorprendido, pidió al tribunal un receso para conversar con su defendido, pero el cabo elevando la voz, expresó: “No creo que tengamos nada que aclarar. Mi padre era un hombre completamente normal y decente”.
Esta actitud parece pintar con claridad la clase de persona que era el cabo Paz.
Terminada la lectura de la defensa, el presidente le pidió al cabo que expusiera sin rodeos los motivos cercanos o lejanos que tuvo para cometer el hecho. Consigna el diario “El Liberal”, que visiblemente emocionado por la paternal amabilidad con que le hablaba el presidente del Tribunal, se puso de pie y con palabras entrecortadas dijo que no premeditó el crimen, que obro en un arrebato, provocado por el mayor, que se negó reiteradamente a escucharlo y que disparó fuera de sí.

El veredicto
El fallo del Tribunal fue rápido, fue declarado culpable del asesinato sin hallarle justificativos atenuantes.

Irregularidades en el proceso
El historiador Néstor Montezanti considera que en el juicio al cabo Paz se cometieron una serie de irregularidades que justificarían su anulación. No correspondía formar un Consejo Especial, debido a que el regimiento no constituía una guarnición fronteriza, ni distaba a más de dos días de la Capital Federal.
Las pruebas de cargo se recibieron durante la mañana, en ausencia del cabo y dado que el defensor Garro no estuvo en el lugar de los hechos, no podía determinar que preguntar a los testigos o determinar si éstos decían la verdad, tal como lo establecían los artículos 368, 369, 422, del Código de Justicia Militar. “La prueba se realizó in absentia del procesado”.
La versión del cabo difería de la de los oficiales que presenciaron el crimen, pues el cabo expresó que apenas comenzó con los disparos los presentes se alejaron del lugar. Por ello debió efectuarse un careo.
Una falla descalificante según Montezanti, constituía el hecho de que al plantear el defensor la inimputabilidad, y en vistas de que el Código de Justicia Militar, no regulaba esta materia, debía aplicarse el Código Penal, que sí la regulaba. Al respecto expresa “El consejo no planteó el problema ni por las tapas, influido por el sofisma, aún hoy presente, de que lo que no está en el Código de Justicia Militar no está en el mundo. Hubo una omisión de tratamiento de cuestiones esenciales, una de las causas de apertura del recurso extraordinario federal”.
El 6 de agosto del 2008 el Senado convirtió en ley la derogación del Código de Justicia Militar erradicando la pena de muerte, pasó el tratamiento de los delitos esencialmente militares a la órbita de la Justicia común. Sancionada: Agosto 6 de 2008. Promulgada: Agosto 26 de 2008. Publicación en el Boletín Oficial el 29 de agosto del 2008.
Otra, es que ante el Consejo Supremo, no se proveyó al acusado de un defensor tal como lo estipula el C. J. M., ni se le hizo saber la elevación. Al no poder trasladarse el capitán Garro a la Capital Federal para continuar su cometido, el cabo debía tener otro defensor según el artículo 446. Además, antes de pasar el expediente al Ministerio de Guerra para tramitar el cúmplase tampoco se notificó a Garro.
Una vez que se dispuso la ejecución el reo pasó a capilla. De esta manera, cualquier defensa se imposibilitaba.
Montezanti expresa que la ley 4.055, del 11 de enero de 1902 (artículo 6) establecía que los fallos de los tribunales supremos militares constituían sentencias definitivas, que abrían el recurso extraordinario para ante la Corte Suprema, como lo establece el artículo 14 de la ley 48, de 1863. Pese a que la ley otorga diez días hábiles desde la notificación, el cabo Paz fue ejecutado en veinticuatro horas.
Consigna una falla que califica de grosera que es la siguiente: según los Artículos 80 y 104 del Código Civil, la muerte de las personas se prueba con asientos formulados en los registros públicos, tal como se probó con el mayor Sabella, pero en las actuaciones con las que se tramitó el proceso ante el Consejo de Guerra, el capitán Améstegui omitió hacerlo. “No obstante la presencia del auditor, nadie advirtió la falencia. Tampoco lo hizo el Consejo Supremo convocado para juzgar, precisamente quebrantamiento de formas.
Ni Rodríguez, ni Justo se apercibieron tampoco. Si lo hizo el jefe del regimiento, luego de notificar al reo y dispuso la agregación de la olvidada partida, a fs. 71 A fs. 72 obra el acta de fusilamiento. Luego, se procesó y condenó a muerte a una persona por insubordinación seguida de muerte del superior ¡sin estar legalmente probada esta muerte!”.

La resistencia de la sociedad santiagueña
El país entero y no solo Santiago, se vio conmovido y los pedidos de clemencia al presidente Justo no cesaron hasta minutos antes de la ejecución.
La sociedad, el pueblo santiagueño, el encadenamiento de las causas, tejía otra historia, la gente murmuraba que el cabo sufría permanentes arrestos de parte del jefe, que así evitaba el encuentro con su novia, a la que el mayor habría pretendido y que sólo para humillarlo lo postergaba en los ascensos, que la fecha para el casamiento estaba fijada para el 5 de enero.
“Con el correr de los días apareció otro argumento tan vago como el anterior. Se acusaba al capellán del Regimiento, Amancio González Paz, de haberse encargado mediante su apostolado de silenciar al reo y de controlar cualquier noticia inconveniente. Se menciona que el capellán concurrió al domicilio de la hermana de Paz a rescatar una carta que el reo había remitido al señor Roberto Cejas Arias, enviado especial del diario “Crítica”. Cejas Arias había concertado una entrevista con el cabo Paz que no fue autorizada por las autoridades militares. En virtud de ello el reo, escribió una carta que entregó a su novia con especial recomendación de hacerla llegar al periodista y no mostrársela a nadie. La novia la llevó a la casa de la hermana del cabo Paz. Allí concurrió el capellán a pedir la carta argumentando que el procesado quería hacerle un agregado. La novia de Paz negó haber recibido alguna carta, pero el capellán, habría apelado a su condición de sacerdote y esgrimió una serie de argumentos que habrían resultado convincentes y decidieron la entrega del documento, cuyo contenido nunca se conoció ya que ni fue devuelto ni publicado”.
Pavón Pereyra avala esta versión y considera que en ese documento, se denunciaba atropellos que dieron lugar a sucesos similares al del cabo Paz, en Paraná y Córdoba. Por otra parte el diario “El Liberal”, con fecha 11 y 12 de Enero, hace referencia a dos cartas que Paz habría escrito a los diarios “El Combate” y “La Unión”, que según los rumores su contenido denunciaba cuestiones que el Ejército no deseaba que trascendieran.
Caluroso 9 de enero de 1935, en el barrio El Triángulo, los vecinos invitaban al comercio a clausurar sus puertas. Colocando crespones en las viviendas, el pueblo se agolpó desde la madrugada frente al cuartel. Entonando el Himno Nacional, grupos de mujeres llevaban el compás de un llanto rítmico, que se prolongó por horas, hombres que increpaban, expresiones que habrían llevado al cabo Paz a decir: “No habrá poder que haga callar a quienes piden por mi vida. En estas breves horas, mi sufrimiento se ha centuplicado. ¿Cree que hay tormento comparable al tener que escuchar sin intermitencia las voces de millares de madres que ruegan por un indulto con tanto fervor como acaso lo harían por sus propios hijos? Ya vio usted mi tranquilidad hasta la víspera. Estaba dispuesto a celebrar mi condena como si se tratase de una liberación. ¡Que caray! ¡Tenía que decirlo ¡ Algunos consideran inevitable que para salvar el pellejo tenga uno que declararse hijo de perra”.
Las solicitudes de clemencia fueron tantas que se habilitó un servicio especial para recibirlas. Los pedidos se hicieron desde las más altas autoridades: el gobernador Juan B. Castro, la Cámara de Diputados, el Centro Renovación de la Unión Cívica Radical la Acción Católica Argentina, la Cruz Roja, la Comunidad Mercedaria de fuerte influencia en la curia, la Federación de Asociaciones de Fomento y Cultura de los Barrios, el diario “El Liberal”, el Colegio de Abogados y Procuradores, los vecinos del barrio El triángulo, los empleados del Ferrocarril Central Argentino, inclusive el entonces conocido senador socialista Alfredo Palacios, quien expresó: “Desde el punto de vista legal la sentencia es inobjetable. El Código de Justicia Militar establece de modo terminante la penalidad para el delito cometido por el cabo Paz; establece también que el Presidente de la Nación puede poner el cúmplase a la sentencia dictada por los tribunales militares; pero el presidente también el atributo de indultar al reo, como antes lo tenían los reyes para perdonar la vida de sus súbditos. En cuanto a mi opinión personal, no es más que la del hombre que cree y quiere que el general Justo indulte al condenado...”.
“Apenas conocida la confirmación del fallo del Consejo Especial de Guerra, la señora Francisca Paz de Fernández, única hermana del cabo, dirigió al presidente de la República el telegrama siguiente: “Deploro sinceramente el hecho delictuoso de que fue protagonista el cabo Luis L.  Paz y agobiada por el dolor que me produce la condena del Tribunal Militar hago llegar al señor Presidente mis súplicas y ruegos para que su infinita bondad y reconocidos sentimientos cristianos amengüen el rigor del castigo y disponga la conmutación de la pena”.
Es sabido que el cabo podía a su vez solicitarla. Al respecto refiere Enrique Pavón Pereyra, que el capellán del Ejercito, lo convenció de no hacerlo, con expresiones similares a la siguiente: “Dios te ha mandado esta desgracia, acéptala como prueba del infinito, del Todopoderoso, acéptala”. Tal capellán, agrega Pavón Pereyra, estaba lejos de querer salvarlo, puesto que era del tipo de sujeto que solamente congraciaba con el jefe de la división12. Por mi parte puedo decir: no dispongo constancia alguna de que así hayan sido los hechos. Si realmente lo fueron, lo deploro. Creo que obviamente la pena de muerte es una medida extrema que sólo se debe tomar en casos muy extremos y éste no lo era. En cuanto al presunto juicio de Pavón Pereyra, si fuera cierto mi pregunta es ¿qué le habría dicho él? Dado que se negaba a solicitar la conmutación ¿que se rebele?, ¿que maldiga su suerte?, ¿que mande a todos los infiernos a sus jueces? Creo que sólo le quedaba aceptar la situación y declarar que la condena era injusta e inmerecida, que si se cumplía la posteridad lo iba a absolver y reprobar la ley que lo condenaba, a la sentencia y a los jueces que lo habían condenado a esa pena tan extrema.
Pero, hubo también, al parecer un orgullo excesivo del cabo. No quiso solicitar clemencia, nunca lamentó haberse dejado llevar por una ira incontenible. Es cierto que Sabella obró mal, que el castigo fue desproporcionado, pero también Paz mostró una soberbia desafiante: se negó a pedir clemencia, no reveló arrepentimiento y sostuvo convencido que había obrado correcta y responsablemente.
Pocas horas antes de su muerte, cuando su hermana, algunos camaradas y su defensor, insistieron al cabo que solicitara clemencia, su negativa se textualizó: “Estoy contento de morir. Ahora, voy con el cercano corazón de mis hermanos, asistido por ellos, con el amparo de los sacerdotes; y eso está bien. Quien sabe cómo moriría más tarde, lejos, sin auxilios de nadie, en la prisión, viviendo dolorosamente. Que me peguen cuatro tiros, es mejor”.
Poco antes de ser llevado al lugar de ejecución, expresó ante el jefe de la guardia: “Cree usted que seré menos bueno por haberme desgraciado”.
El 9 de enero, “en todas las calles, en todos los lugares públicos, en las casas, en los comercios, no se hablaba sino del trágico destino del cabo Paz. La gente hizo abandono de sus tareas, pues era imposible apartarse de la verdadera ola de angustia que afligía a todos por igual, sin importar la condición social. La población de nuestra ciudad estuvo ansiosa durante horas por el desenlace del drama que se vivía y por conocer como concluiría el trágico destino del ahora querido cabo. Pero siempre, hasta el último minuto, se confió en que se salvaría esa vida joven del designio sombrío del frío código jurídico. Hasta los diarios, asociándose a ese pesar unánime, no aparecieron esta tarde en Santiago del Estero, en señal de duelo por la ejecución”.
A la 1 de la tarde llegó el gobernador de la Provincia. Lentamente transcurrieron los momentos previos, que de escasos minutos se prolongaron más de una hora, debido a que se esperaba de un momento a otro la llegada del telegrama del General Justo, que conmutaría la pena. A las 2 y media perdida ya toda esperanza, se dio la orden de que fuera traído el cabo Paz. Caminó con paso marcial, resuelto muy sereno. Su semblante fue de total imperturbabilidad, al punto que en su paso, al encontrarse con el gobernador Castro, le expresó con palabra clara y altiva: “Señor Gobernador quiero agradecerle profundamente cuanto ha hecho para salvarme la vida” y frente al pelotón pidió que no le vendaran los ojos y que le abrieran la chaquetilla del pecho. Estaba esposado hacia atrás. Se leyó la sentencia, el cabo Paz se paró del banquillo y con palabra vibrante, casi gritando dijo al pelotón: “¡Al pecho muchachos! Y levantando la mirada al cielo dijo con gesto de absoluta dignidad: ¡Viva Dios y mi Patria!”
La onda expansiva arrojó el cuerpo a tres metros del banquillo. Un suboficial sin poder reprimir el llanto, le dio con mano temblorosa el tiro de gracia. Era su superior inmediato y su gran amigo.
Enrique Pavón Pereyra, con quien el cabo solía practicar deportes, emocionado en una la entrevista sobre el acontecimiento recordó: “Yo vi cuando lo fusilaron (encaramado a un árbol), trajeron un banquito blanco de la enfermería, lo sentaron ahí, y el sargento Maldonado dio la orden: Fuego. Yo tengo esta creencia, que le dieron 8 tiros en lugar de 4, porque el cuerpo saltó a dos metros más atrás.
En las afueras del cuartel, la gente estaba a la espera de los acontecimientos, con la secreta esperanza de un perdón. Un silencio de segundos medió entre las detonaciones y la explosión de la muchedumbre que, convencida del desenlace, inmediatamente en actitud exaltada, se precipitó sobre el alambrado de los cuarteles y entre un desaforado griterío disparó una lluvia de piedras, cascotes y cuanto material encontraba a mano, dirigidos a oficiales, suboficiales y soldados. Desde el interior del cuartel, sólo se atinó a contestar con descargas de fusiles al aire para atemorizar. El Ejército no pudo evitar lo que se puede juzgar como alguien lo ha calificado de “el primer santiagueñazo”.
La respuesta del Ejército ante la reacción popular, fue obvia: efectuar disparos al aire, golpes a los más exaltados que se adelantaron y detenciones a los que pudieron ser parados. En las adyacencias de los cuarteles se veían mujeres desmayadas, la multitud se dirigió al centro de la ciudad desahogando su ira contra el diario “El Liberal”, el distrito militar 61, comercios, el comité de la Unión Cívica Radical, la sede del Obispado, el edificio de Rentas, la casa de Gobierno.
“Frente al hecho consumado la impotencia del pueblo santiagueño se expresó con una ansia de destruir todo lo que pareciera tener que ver con lo que consideraba un asesinato, una tremenda injusticia: el oficialismo local y las estructuras de poder civil, económico y religioso”. Fue un resultado previsible, la cólera estalla destruyendo lo que puede, como medio de desahogo o, al menos liberando la tensión contenida.
En ese tiempo, tenía ocho años, vivía en la avenida Belgrano 632. La casa de mis padres estaba pegada a la ferretería de la Casa Bonacina, tenía rejas metálicas, como los tres balcones que daban a la calle y la puerta era de hierro. Recuerdo con alguna vaguedad que estaba en el patio, supongo serían aproximadamente las 4 o cinco de la tarde, cuando sentimos el grito de la multitud que avanzaba.
Mi padre, que seguramente estaba prevenido, había cerrado con llave la puerta de calle y puesto el cerrojo a un portón que daba a un callejón conducente al garaje donde guardaba el automóvil. Como el griterío era ensordecedor y creo se habrían detenido frente a casa y tirado cascotes, mi padre hizo disparos al aire con un revolver y la gente se dispersó.
Los recuerdos son vagos, pero nunca los perdí y eso me movió a escribir esta nota, que refleja un acontecimiento tan importante de mi niñez.
Una ultima reflexión. ¿Qué decir de la pena impuesta al cabo Paz? El hecho ocurrió hace unos ochenta años. Parecen poco, pero si pensamos lo que ha cambiado la sociedad en estos últimos años, advertiremos que la variación es significativa y las ideologías y convicciones se han modificado con alguna importancia.
De todos modos, una cosa parece evidente: el nudo de la cuestión parece estar en determinar el estado mental del cabo Paz en el momento del homicidio del mayor. ¿Estaba en pleno ejercicio de su libertad o la pasión lo obnubilaba? La respuesta parece intermedia: no estaba obnubilado, pero si presa de una fuerte pasión, que la menguaba. En esta situación, la condena a muerte es excesiva. Ante todo, ella es extrema, sólo cabe recurrir en condiciones especialísimas.
Creo que aquí no se dieron. Hubo sin duda, una presión psicológica en Paz, que si bien no anuló su libertad, la restringió en buena medida. Por otro parte, sus antecedentes son honorables y toda su conducta durante el juicio lo muestra generoso, noble, honesto. No miente ni busca disminuir su falta, al contrario, pudo no solo aceptar la excusa de su padre sifilítico y la rechazó airado.
También es obvio que no estaba en la plenitud de su libertad cuando mató a su superior: estaba indignado por su conducta despectiva y desconsiderada. Mereció sin duda, un castigo, que pudo ser cierta cantidad de años en la cárcel, nada más. Éste es mi parecer lo repito, esto no ocurrió, en parte por las ideas de la época, por tratarse de una cuestión militar que tienen un trato diferente del común y por el orgullo del cabo Paz, que no quiso ni aceptó recurrir a algún atenuante para justificar o atenuar su falta. Todo ello habla en definitiva de su altivez, pero también de su dignidad y honestidad.
(De "Producción Académica", libro de la Academia de Artes y Ciencias de Santiago del Estero).

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