El cabo Paz |
Julio César Castiglione
En 1933 el mundo estaba en crisis. En Europa, Hitler había
llegado al poder y Mussolini era ya primer ministro italiano. Reinaba una paz
intranquila, por las pretensiones que exhibían los dos dictadores, pero nada
hacía presumir el sombrío porvenir con la Segunda Guerra Mundial, que costaría
más de 16 millones de muertos e inmensos daños materiales.
Paraguay y Bolivia estaban en guerra. Ambos habían padecido crueles
sufrimientos: Paraguay, la Guerra de la Triple Alianza (1864-70) y Chile contra
Perú y Bolivia en 1879-83 (Guerra del Pacífico), que le costó a ésta la
secesión de su litoral marítimo.
La Argentina, era uno de los países más desarrollados del
mundo. En ese tiempo, por $4 se podía comprar un dólar; un auto Ford, costaba
unos de $ 1.200, el cambio de monedas y de mercaderías no estaba controlado.
Había ganado las elecciones la Concordancia y tenía unos 12 millones de
habitantes.
Santiago solía ser azotada por olas de langostas y el bravío
Río Dulce desbordaba de vez en cuando y amenazaba inundar sus suburbios, por lo
que se había construido hace poco la majestuosa costanera con poderosas
escolleras.
La ciudad tranquila y somnolienta por el calor, mostraba una
quietud propia de la estación. Tenía unos 50.000 habitantes, sus calles estaban
empedradas, muy pocas asfaltadas y la mayoría de tierra, que con las lluvias se
transformaban en un barro muy pegadizo.
Era característica su acequia, que la atravesaba corriendo
por la Avenida Belgrano de Norte a Sur, bordeada por hermosos álamos.
En la zona Norte, cerca del río, está instalado el
Regimiento 18 de Infantería, al mando del coronel Eduardo López.
Se seguía las noticias por el diario “El Liberal”, pues no
había radio en la ciudad, ni en todo el Norte. Un desdichado suceso se habría
originado, cuando un contingente de soldados regresaba desde Tartagal. El mayor
Carlos Elvidio Sabella, había prescindido del cocinero Sierra por reiterados
incumplimientos, ordenando al cabo Luis Leónidas Paz que lo bajara del tren,
pero Paz apiadado no lo hizo. Llegando, Sabella vio que Sierra descendía del
tren. Indignado le aplicó, diez días de arresto. La sanción enfureció a Paz, considerándola
muy injusta.
Los prolegómenos
Debió pesar su foja de servicio y próximo a casarse, la
sanción imprevista trastornaba sus planes.
Era un 2 de enero, el cabo Paz solicitó una entrevista con
Sabella, para disculparse, pero éste se negó. Insistió ante ello; fastidiado el
mayor ordenó su arresto. Pero antes que se pudiera cumplir la orden, en rápida
reacción se escabulló, ingresó en el comedor y efectuó un disparo, para que los
oficiales que flanqueaban al mayor se apartaran. Inmediatamente le apuntó a la
cabeza y le disparó cinco proyectiles.
Para mejor comprender, debe tenerse en cuenta, que en los
ejércitos la disciplina es de gran valor, tanto, que el lema del Ejército Argentino
es: “Subordinación y Valor”. Como se observa, la subordinación es más
importante que el valor. Un ejército sin disciplina no puede triunfar, el
desorden lo hace fácil preso del enemigo.
El cabo Paz tenía 28 años. Era santiagueño y popular entre
la gente por su actuación como jugador de fútbol en el Club Santiago. El
arresto dañaba su carrera, postergaba su ascenso cuando tenía pensado casarse.
Y todo, por algo minúsculo; seguramente el mayor comprendería. Así que resolvió
ir a pedirle reconsideración.
Pero, Sabella se negó a recibirlo. Fastidiado, inició un
tercer intento. A la hora del almuerzo, se hizo anunciar por un conscripto. Pero Sabella voz fuerte,
para que el cabo la oyera, ordenó al teniente Damundio, que arrestara al cabo.
Entonces, ocurrió lo inimaginable. El cabo Paz penetró en el
comedor, llegó hasta la mesa de Sabella, extrajo un revólver y le disparó los
tiros. Paz salió corriendo, perseguido por Damundio y el subteniente Vera. Lo
alcanzaron a las dos cuadras y lo llevaron al calabozo.
El Consejo de Guerra
Superada la estupefacción, se constituyó un Consejo de
Guerra Especial, presidido por el jefe de la V División de Ejército, coronel Eduardo
López. El capitán Guillermo Améstegui levantó el sumario, con testimonios de
los presentes en el comedor. El tribunal deliberó el 3 y el 4 de enero. En las dos
declaraciones que prestó ante sus miembros, el cabo Paz narró con calma el
incidente.
Pena de muerte
Durante el juicio, el capitán Máximo Garro, defensor de Paz,
advirtió que se trataba de un hombre bueno, exaltado por una actitud inesperada
y descortés, en un momento especial de su vida: su próximo enlace, lo que
imponía una actitud tolerante. Explicó que no hubo premeditación, ni
perversidad. Sus antecedentes, además, lo hacían merecedor de comprensión e
indulgencia. Describió y juzgo a su defendido, como hombre temperamental, pero
buen soldado y buen compañero. Alegó que había obrado bajo emoción violenta,
que estaba enfermo de sífilis y que, cargaba los antecedentes de un padre
alcohólico. La exposición era oral y Paz, lo interrumpió: “No es verdad”, dijo.
Garro quedó descolocado pidiendo un receso para hablar con su defendido. “No hay nada que
aclarar”, le manifestó Paz. “Mi padre era un hombre completamente normal y
decente”. Mancillar el honor de su padre le resultó intolerable y no transigió.
Debió callarse el defensor.
Oídas las exposiciones de la acusación y defensa, el Consejo
de Guerra pasó a deliberar. Su fallo previsible: la pena de muerte. El defensor apeló a Buenos Aires, ante el Consejo Supremo de
Guerra y Marina, pero fue confirmada el día 6 de enero.
Santiago en convulsión
El suceso había conmocionado a Santiago, en todas sus franjas
sociales. Lo reflejaba la prensa. Desde Buenos Aires, el diario “Crítica”
destacó un enviado especial, Roberto Cejas Arias. Todo es historia, lo narraría
en “1935: fusilamiento en Santiago del Estero”.
El pueblo, se solidarizaba sin vacilar con el cabo Paz.
Despertaba simpatía por el santiagueño, por deportista y por buena persona; siempre
las arreglaba para repartir el sobrante de comida entre la gente pobre que se
acercaba al cuartel.
También por los rumores: que Sabella perseguía a Paz,
arrestándolo por nimiedades. Y se musitaban motivos personales, vinculados con
mujeres. Y otros argumentos: ¿No era posible abolir estas penas insólitas, que
afectaban los derechos de la persona humana? El clamor y la indignación popular
crecían.
El “cúmplase” de Justo
Se organizaron manifestaciones, cada vez más nutridas,
incluso el gobernador, Juan Castro, debió prometer que pediría clemencia. La
Cámara de Diputados, el Concejo Deliberante, el Colegio de Abogados y una
cantidad de agrupaciones gremiales y culturales remitían notas con idéntico
sentido requerimiento. Un clima de agitación crecía en la ciudad.
Pero el hecho resultaba intolerable: trastornaba de raíz su
sistema de jerarquías. Era previsible que el presidente, un general, no vacilaría.
Y lo confirmó el 8 de enero.
El fusilamiento
El cabo Paz tenía su orgullo. Se negó a solicitar clemencia,
pese se lo habían sugerido su defensor y sus amigos. Recibió la noticia con
serenidad. Escribió cartas, se despidió de la novia y de los familiares, presenció
el bautismo de un sobrino en su celda, con hondo patetismo. El día fijado, hubo
gran expectación. El comercio cerró sus puertas y grupos compactos
vociferantes, blandían letreros o rezaban en las inmediaciones del cuartel.
Soldados con fusiles se habían distribuido en posiciones estratégicas.
En el cuartel, alta tensión. Los compañeros y amigos de Paz,
compungidos rezaban y esperaban alguna solución que no llegó. A las 14 horas
del 9 de enero de 1935, el jefe del Regimiento ordenó ocho fusileros a quince
metros, en el patio de maniobras del regimiento.
Solo cuatro fusiles tenían municiones, los otros solo
pólvora, para que nadie sepa quien lo mató. No quiso que se le vendaran los
ojos, enfrentando con serenidad al pelotón. Fue el sargento Medina, quien
disparó el tiro de gracia.
La protesta
En las inmediaciones del cuartel, la gente, esperaba el
milagro. El estampido de las descargas desencadenó una impresionante protesta. La
multitud recorrió enfurecida las calles, desahogando su cólera. Destrozó
vidrieras, apedreó “El Liberal”, el Obispado, la Casa Radical, entre otros
desmanes que la Policía controló con esfuerzo.
Fueron detenidos los abogados Manuel Fernández y Ruperto
Peralta Figueroa, como cabecillas de la protesta. Pero otra inmensa manifestación
popular sitió la Casa de Gobierno el día 12, obligando a liberarlos.
La última carta de Paz. “Muero sin rencor para nadie”, decía,
y daba gracias a Dios por el auxilio espiritual de los capellanes. “Doy gracias
también a todos cuantos se han interesado por mí y a quienes no pude darles el
último adiós en vivo, y pido a Dios por mi queridísima hermana y familia, a
quien Dios bendiga. ¡Viva la Patria¡ ¡Viva el Ejército!”.
¿Fue justo el fallo?
La aplicación de justicia supone un reparto igualitario. En
el Antiguo Régimen en toda Europa, como en el resto del mundo, la justicia era
desigual, había privilegios reservados para las capas sociales superiores. En Santiago del Estero en este caso, la
justicia no se impartió del mismo modo para todos. La profesora Marta Sialle de
Gauna, considera que el falló mostró una justicia parcial y, por ende,
inequitativa.
Recuerda que: “Un año antes, el teniente coronel Quiroga
había sido víctima de un hecho similar, al ser baleado por un sargento en una
guarnición cordobesa. Si bien resultó ileso de la agresión, murió en cambio el teniente
J. Martínez de Sucre, quien heroicamente se interpuso en el trayecto de la bala
homicida. El agresor fue sentenciado a muerte, pero Justo le conmutó la pena por reclusión por treinta
años”.
La defensa
El defensor leyó un escrito tendiente a aclarar los hechos y
las acusaciones formuladas contra el cabo Paz. En ellos destaca su buen
comportamiento y las razones que explicaban y tenuarían la gravedad de la
falta. “No intentaré rebatir los graves cargos, pero si reclamar la atención (...)
sobre las circunstancias que provocaron este hecho (...) capaces de llevar a un
hombre sencillo y bueno a incurrir en un delito en un momento en que roto el
equilibrio psicológico, el hombre no es más el ser libre y responsable de sus
actos como lo es por definición (...), sucesivos castigos, sucesivas
postergaciones en su carrera, agravado por apremios económicos, que le hacían
sobrellevar difícilmente su situación de hermano ejemplar. Es bien sabido que aspiraba
a la realización de un legítimo anhelo: formar un hogar, anhelo cuya
materialización se iba postergando en contra de sus deseos. No resulta difícil
comprender, que el nuevo castigo fue la causa inmediata que produjo la acción
de la gota de agua que rebalsa la copa, rompiendo ese equilibrio psicológico,
convirtiéndose así en el autómata que obra al impulso más fuerte o a la emoción
más reciente (...) el mismo cabo lo declara con una franqueza que honra su carácter
de soldado, fue ese castigo y nada más; no tenía agravios contra su superior,
no inventa motivos. Pero mi defendido no obró en su estado normal. No puede
considerarse normal a un hombre hijo de un padre alcohólico y que, para colmo,
padece de una enfermedad que puede haber obrado como causa de carácter orgánico
o la razón que nos explique esto que es inexplicable, por la desproporción que
hay de causa efecto: su ficha médica consta que el día 13 de septiembre da
parte de enfermo afectado de chancro”.
En el momento en que se refería a su padre, el cabo Paz lo
interrumpió diciéndole, perdone “pero Ud. se aparta de la verdad”. El capitán
sorprendido, pidió al tribunal un receso para conversar con su defendido, pero
el cabo elevando la voz, expresó: “No creo que tengamos nada que aclarar. Mi
padre era un hombre completamente normal y decente”.
Esta actitud parece pintar con claridad la clase de persona
que era el cabo Paz.
Terminada la lectura de la defensa, el presidente le pidió
al cabo que expusiera sin rodeos los motivos cercanos o lejanos que tuvo para
cometer el hecho. Consigna el diario “El Liberal”, que visiblemente emocionado
por la paternal amabilidad con que le hablaba el presidente del Tribunal, se
puso de pie y con palabras entrecortadas dijo que no premeditó el crimen, que
obro en un arrebato, provocado por el mayor, que se negó reiteradamente a
escucharlo y que disparó fuera de sí.
El veredicto
El fallo del Tribunal fue rápido, fue declarado culpable del
asesinato sin hallarle justificativos atenuantes.
Irregularidades en el proceso
El historiador Néstor Montezanti considera que en el juicio
al cabo Paz se cometieron una serie de irregularidades que justificarían su
anulación. No correspondía formar un Consejo Especial, debido a que el
regimiento no constituía una guarnición fronteriza, ni distaba a más de dos días
de la Capital Federal.
Las pruebas de cargo se recibieron durante la mañana, en
ausencia del cabo y dado que el defensor Garro no estuvo en el lugar de los
hechos, no podía determinar que preguntar a los testigos o determinar si éstos
decían la verdad, tal como lo establecían los artículos 368, 369, 422, del
Código de Justicia Militar. “La prueba se realizó in absentia del procesado”.
La versión del cabo difería de la de los oficiales que
presenciaron el crimen, pues el cabo expresó que apenas comenzó con los
disparos los presentes se alejaron del lugar. Por ello debió efectuarse un careo.
Una falla descalificante según Montezanti, constituía el
hecho de que al plantear el defensor la inimputabilidad, y en vistas de que el Código
de Justicia Militar, no regulaba esta materia, debía aplicarse el Código Penal,
que sí la regulaba. Al respecto expresa “El consejo no planteó el problema ni
por las tapas, influido por el sofisma, aún hoy presente, de que lo que no está
en el Código de Justicia Militar no está en el mundo. Hubo una omisión de
tratamiento de cuestiones esenciales, una de las causas de apertura del recurso
extraordinario federal”.
El 6 de agosto del 2008 el Senado convirtió en ley la
derogación del Código de Justicia Militar erradicando la pena de muerte, pasó
el tratamiento de los delitos esencialmente militares a la órbita de la
Justicia común. Sancionada: Agosto 6 de 2008. Promulgada: Agosto 26 de 2008.
Publicación en el Boletín Oficial el 29 de agosto del 2008.
Otra, es que ante el Consejo Supremo, no se proveyó al
acusado de un defensor tal como lo estipula el C. J. M., ni se le hizo saber la
elevación. Al no poder trasladarse el capitán Garro a la Capital Federal para
continuar su cometido, el cabo debía tener otro defensor según el artículo 446.
Además, antes de pasar el expediente al Ministerio de Guerra para tramitar el
cúmplase tampoco se notificó a Garro.
Una vez que se dispuso la ejecución el reo pasó a capilla.
De esta manera, cualquier defensa se imposibilitaba.
Montezanti expresa que la ley 4.055, del 11 de enero de 1902
(artículo 6) establecía que los fallos de los tribunales supremos militares constituían
sentencias definitivas, que abrían el recurso extraordinario para ante la Corte
Suprema, como lo establece el artículo 14 de la ley 48, de 1863. Pese a que la
ley otorga diez días hábiles desde la notificación, el cabo Paz fue ejecutado
en veinticuatro horas.
Consigna una falla que califica de grosera que es la
siguiente: según los Artículos 80 y 104 del Código Civil, la muerte de las
personas se prueba con asientos formulados en los registros públicos, tal como
se probó con el mayor Sabella, pero en las actuaciones con las que se tramitó
el proceso ante el Consejo de Guerra, el capitán Améstegui omitió hacerlo. “No
obstante la presencia del auditor, nadie advirtió la falencia. Tampoco lo hizo
el Consejo Supremo convocado para juzgar, precisamente quebrantamiento de
formas.
Ni Rodríguez, ni Justo se apercibieron tampoco. Si lo hizo
el jefe del regimiento, luego de notificar al reo y dispuso la agregación de la
olvidada partida, a fs. 71 A fs. 72 obra el acta de fusilamiento. Luego, se
procesó y condenó a muerte a una persona por insubordinación seguida de muerte del superior ¡sin estar legalmente probada
esta muerte!”.
La resistencia de la sociedad santiagueña
El país entero y no solo Santiago, se vio conmovido y los
pedidos de clemencia al presidente Justo no cesaron hasta minutos antes de la
ejecución.
La sociedad, el pueblo santiagueño, el encadenamiento de las
causas, tejía otra historia, la gente murmuraba que el cabo sufría permanentes
arrestos de parte del jefe, que así evitaba el encuentro con su novia, a la que
el mayor habría pretendido y que sólo para humillarlo lo postergaba en los
ascensos, que la fecha para el casamiento estaba fijada para el 5 de enero.
“Con el correr de los días apareció otro argumento tan vago como
el anterior. Se acusaba al capellán del Regimiento, Amancio González Paz, de
haberse encargado mediante su apostolado de silenciar al reo y de controlar
cualquier noticia inconveniente. Se menciona que el capellán concurrió al
domicilio de la hermana de Paz a rescatar una carta que el reo había remitido
al señor Roberto Cejas Arias, enviado especial del diario “Crítica”. Cejas
Arias había concertado una entrevista con el cabo Paz que no fue
autorizada por las autoridades militares. En virtud de ello el reo, escribió una
carta que entregó a su novia con especial recomendación de hacerla llegar al
periodista y no mostrársela a nadie. La novia la llevó a la casa de la hermana
del cabo Paz. Allí concurrió el capellán a pedir la carta argumentando que el
procesado quería hacerle un agregado. La novia de Paz negó haber recibido
alguna carta, pero el capellán, habría apelado a su condición de sacerdote y
esgrimió una serie de argumentos que habrían resultado convincentes y
decidieron la entrega del documento, cuyo contenido nunca se conoció ya que ni
fue devuelto ni publicado”.
Pavón Pereyra avala esta versión y considera que en ese documento,
se denunciaba atropellos que dieron lugar a sucesos similares al del cabo Paz,
en Paraná y Córdoba. Por otra parte el diario “El Liberal”, con fecha 11 y 12
de Enero, hace referencia a dos cartas que Paz habría escrito a los diarios “El
Combate” y “La Unión”, que según los rumores su contenido denunciaba cuestiones
que el Ejército no deseaba que trascendieran.
Caluroso 9 de enero de 1935, en el barrio El Triángulo, los
vecinos invitaban al comercio a clausurar sus puertas. Colocando crespones en las
viviendas, el pueblo se agolpó desde la madrugada frente al cuartel. Entonando
el Himno Nacional, grupos de mujeres llevaban el compás de un llanto rítmico,
que se prolongó por horas, hombres que increpaban, expresiones que habrían
llevado al cabo Paz a decir: “No habrá poder que haga callar a quienes piden por mi vida.
En estas breves horas, mi sufrimiento se ha centuplicado. ¿Cree que hay
tormento comparable al tener que escuchar sin intermitencia las voces de
millares de madres que ruegan por un indulto con tanto fervor como acaso lo
harían por sus propios hijos? Ya vio usted mi tranquilidad hasta la víspera.
Estaba dispuesto a celebrar mi condena como si se tratase de una liberación.
¡Que caray! ¡Tenía que decirlo ¡ Algunos consideran inevitable que para salvar
el pellejo tenga uno que declararse hijo de perra”.
Las solicitudes de clemencia fueron tantas que se habilitó
un servicio especial para recibirlas. Los pedidos se hicieron desde las más
altas autoridades: el gobernador Juan B. Castro, la Cámara de Diputados, el
Centro Renovación de la Unión Cívica Radical la Acción Católica Argentina, la Cruz Roja, la Comunidad Mercedaria de fuerte influencia
en la curia, la Federación de Asociaciones de Fomento y Cultura de los Barrios,
el diario “El Liberal”, el Colegio de Abogados y Procuradores, los vecinos del
barrio El triángulo, los empleados del Ferrocarril Central Argentino, inclusive
el entonces conocido senador socialista Alfredo Palacios, quien expresó: “Desde
el punto de vista legal la sentencia es inobjetable. El Código de Justicia Militar establece de modo terminante la penalidad
para el delito cometido por el cabo Paz; establece también que el Presidente de
la Nación puede poner el cúmplase a la sentencia dictada por los tribunales
militares; pero el presidente también el atributo de indultar al reo, como
antes lo tenían los reyes para perdonar la vida de sus súbditos. En cuanto a mi
opinión personal, no es más que la del hombre que cree y quiere que el general
Justo indulte al condenado...”.
“Apenas conocida la confirmación del fallo del Consejo
Especial de Guerra, la señora Francisca Paz de Fernández, única hermana del
cabo, dirigió al presidente de la República el telegrama siguiente: “Deploro
sinceramente el hecho delictuoso de que fue protagonista el cabo Luis L. Paz y agobiada por el dolor que me produce la
condena del Tribunal Militar hago llegar al señor Presidente mis súplicas y
ruegos para que su infinita bondad y reconocidos sentimientos cristianos amengüen el rigor del castigo y disponga la
conmutación de la pena”.
Es sabido que el cabo podía a su vez solicitarla. Al
respecto refiere Enrique Pavón Pereyra, que el capellán del Ejercito, lo
convenció de no hacerlo, con expresiones similares a la siguiente: “Dios te ha
mandado esta desgracia, acéptala como prueba del infinito, del Todopoderoso,
acéptala”. Tal capellán, agrega Pavón Pereyra, estaba lejos de querer salvarlo,
puesto que era del tipo de sujeto que solamente congraciaba con el jefe de la
división12. Por mi parte puedo decir: no dispongo constancia alguna de que así
hayan sido los hechos. Si realmente lo fueron, lo deploro. Creo que obviamente la
pena de muerte es una medida extrema que sólo se debe tomar en casos muy
extremos y éste no lo era. En cuanto al presunto juicio de Pavón Pereyra, si
fuera cierto mi pregunta es ¿qué le habría dicho él? Dado que se negaba a
solicitar la conmutación ¿que se rebele?, ¿que maldiga su suerte?, ¿que mande a
todos los infiernos a sus jueces? Creo que sólo le quedaba aceptar la situación y
declarar que la condena era injusta e inmerecida, que si se cumplía la
posteridad lo iba a absolver y reprobar la ley que lo condenaba, a la sentencia
y a los jueces que lo habían condenado a esa pena tan extrema.
Pero, hubo también, al parecer un orgullo excesivo del cabo.
No quiso solicitar clemencia, nunca lamentó haberse dejado llevar por una ira
incontenible. Es cierto que Sabella obró mal, que el castigo fue
desproporcionado, pero también Paz mostró una soberbia desafiante: se negó a
pedir clemencia, no reveló arrepentimiento y sostuvo convencido que había
obrado correcta y responsablemente.
Pocas horas antes de su muerte, cuando su hermana, algunos
camaradas y su defensor, insistieron al cabo que solicitara clemencia, su
negativa se textualizó: “Estoy contento de morir. Ahora, voy con el cercano
corazón de mis hermanos, asistido por ellos, con el amparo de los sacerdotes; y
eso está bien. Quien sabe cómo moriría más tarde, lejos, sin auxilios de nadie, en la prisión, viviendo dolorosamente. Que me
peguen cuatro tiros, es mejor”.
Poco antes de ser llevado al lugar de ejecución, expresó
ante el jefe de la guardia: “Cree usted que seré menos bueno por haberme desgraciado”.
El 9 de enero, “en todas las calles, en todos los lugares
públicos, en las casas, en los comercios, no se hablaba sino del trágico
destino del cabo Paz. La gente hizo abandono de sus tareas, pues era imposible apartarse
de la verdadera ola de angustia que afligía a todos por igual, sin importar la
condición social. La población de nuestra ciudad estuvo ansiosa durante horas
por el desenlace del drama que se vivía y por conocer como concluiría el
trágico destino del ahora querido cabo. Pero siempre, hasta el último minuto, se
confió en que se salvaría esa vida joven del designio sombrío del frío código jurídico.
Hasta los diarios, asociándose a ese pesar unánime, no aparecieron esta tarde
en Santiago del Estero, en señal de duelo por la ejecución”.
A la 1 de la tarde llegó el gobernador de la Provincia.
Lentamente transcurrieron los momentos previos, que de escasos minutos se prolongaron
más de una hora, debido a que se esperaba de un momento a otro la llegada del
telegrama del General Justo, que conmutaría la pena. A las 2 y media perdida ya
toda esperanza, se dio la orden de que fuera traído el cabo Paz. Caminó con
paso marcial, resuelto muy sereno. Su semblante fue de total imperturbabilidad,
al punto que en su paso, al encontrarse con el gobernador Castro, le expresó
con palabra clara y altiva: “Señor Gobernador quiero agradecerle profundamente
cuanto ha hecho para salvarme la vida” y frente al pelotón pidió que no le
vendaran los ojos y que le abrieran la chaquetilla del pecho. Estaba esposado
hacia atrás. Se leyó la sentencia, el cabo Paz se paró del banquillo y con
palabra vibrante, casi gritando dijo al pelotón: “¡Al pecho muchachos! Y
levantando la mirada al cielo dijo con gesto de absoluta dignidad: ¡Viva Dios y
mi Patria!”
La onda expansiva arrojó el cuerpo a tres metros del
banquillo. Un suboficial sin poder reprimir el llanto, le dio con mano
temblorosa el tiro de gracia. Era su superior inmediato y su gran amigo.
Enrique Pavón Pereyra, con quien el cabo solía practicar
deportes, emocionado en una la entrevista sobre el acontecimiento recordó: “Yo
vi cuando lo fusilaron (encaramado a un árbol), trajeron un banquito blanco de
la enfermería, lo sentaron ahí, y el sargento Maldonado dio la orden: Fuego. Yo
tengo esta creencia, que le dieron 8 tiros en lugar de 4, porque el cuerpo
saltó a dos metros más atrás.
En las afueras del cuartel, la gente estaba a la espera de
los acontecimientos, con la secreta esperanza de un perdón. Un silencio de segundos
medió entre las detonaciones y la explosión de la muchedumbre que, convencida
del desenlace, inmediatamente en actitud exaltada, se precipitó sobre el
alambrado de los cuarteles y entre un desaforado griterío disparó una lluvia de
piedras, cascotes y cuanto material encontraba a mano, dirigidos a oficiales,
suboficiales y soldados. Desde el interior del cuartel, sólo se atinó a
contestar con descargas de fusiles al aire para atemorizar. El Ejército no pudo
evitar lo que se puede juzgar como alguien lo ha calificado de “el primer
santiagueñazo”.
La respuesta del Ejército ante la reacción popular, fue obvia:
efectuar disparos al aire, golpes a los más exaltados que se adelantaron y
detenciones a los que pudieron ser parados. En las adyacencias de los cuarteles
se veían mujeres desmayadas, la multitud se dirigió al centro de la ciudad
desahogando su ira contra el diario “El Liberal”, el distrito militar 61,
comercios, el comité de la Unión Cívica Radical, la sede del Obispado, el
edificio de Rentas, la casa de Gobierno.
“Frente al hecho consumado la impotencia del pueblo
santiagueño se expresó con una ansia de destruir todo lo que pareciera tener
que ver con lo que consideraba un asesinato, una tremenda injusticia: el
oficialismo local y las estructuras de poder civil, económico y religioso”. Fue
un resultado previsible, la cólera estalla destruyendo lo que puede, como medio
de desahogo o, al menos liberando la tensión contenida.
En ese tiempo, tenía ocho años, vivía en la avenida Belgrano
632. La casa de mis padres estaba pegada a la ferretería de la Casa Bonacina, tenía
rejas metálicas, como los tres balcones que daban a la calle y la puerta era de
hierro. Recuerdo con alguna vaguedad que estaba en el patio, supongo serían
aproximadamente las 4 o cinco de la tarde, cuando sentimos el grito de la
multitud que avanzaba.
Mi padre, que seguramente estaba prevenido, había cerrado con
llave la puerta de calle y puesto el cerrojo a un portón que daba a un callejón
conducente al garaje donde guardaba el automóvil. Como el griterío era
ensordecedor y creo se habrían detenido frente a casa y tirado cascotes, mi
padre hizo disparos al aire con un revolver y la gente se dispersó.
Los recuerdos son vagos, pero nunca los perdí y eso me movió
a escribir esta nota, que refleja un acontecimiento tan importante de mi niñez.
Una ultima reflexión. ¿Qué decir de la pena impuesta al cabo
Paz? El hecho ocurrió hace unos ochenta años. Parecen poco, pero si pensamos lo
que ha cambiado la sociedad en estos últimos años, advertiremos que la
variación es significativa y las ideologías y convicciones se han modificado
con alguna importancia.
De todos modos, una cosa parece evidente: el nudo de la
cuestión parece estar en determinar el estado mental del cabo Paz en el momento
del homicidio del mayor. ¿Estaba en pleno ejercicio de su libertad o la pasión
lo obnubilaba? La respuesta parece intermedia: no estaba obnubilado, pero si
presa de una fuerte pasión, que la menguaba. En esta situación, la condena a
muerte es excesiva. Ante todo, ella es extrema, sólo cabe recurrir en
condiciones especialísimas.
Creo que aquí no se dieron. Hubo sin duda, una presión psicológica
en Paz, que si bien no anuló su libertad, la restringió en buena medida. Por
otro parte, sus antecedentes son honorables y toda su conducta durante el
juicio lo muestra generoso, noble, honesto. No miente ni busca disminuir su
falta, al contrario, pudo no solo aceptar la excusa de su padre sifilítico y la
rechazó airado.
También es obvio que no estaba en la plenitud de su libertad
cuando mató a su superior: estaba indignado por su conducta despectiva y
desconsiderada. Mereció sin duda, un castigo, que pudo ser cierta cantidad de
años en la cárcel, nada más. Éste es mi parecer lo repito, esto no ocurrió, en parte por las ideas de la época, por
tratarse de una cuestión militar que tienen un trato diferente del común y por
el orgullo del cabo Paz, que no quiso ni aceptó recurrir a algún atenuante para
justificar o atenuar su falta. Todo ello habla en definitiva de su altivez,
pero también de su dignidad y honestidad.
(De "Producción Académica", libro de la Academia de Artes y Ciencias de Santiago del Estero).
(De "Producción Académica", libro de la Academia de Artes y Ciencias de Santiago del Estero).
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