María Mercedes Sotelo. |
Historia, religión, folklore
El 26 de abril pasado se apagó la vida de María Mercedes
Sotelo y su muerte pasó inadvertida también para algunos vecinos, que días
después supieron de su fallecimiento. Era la cuidadora de la Virgen de la
Montonera, antiquísima imagen de la Virgen de la Merced, custodiada en una
pequeña capillita de estilo neocolonial, ubicada en Catamarca y 24 de Setiembre,
en la capital de los santiagueños.
Se cuenta que la Montonera le debe su nombre a que Antonino
Taboada, puso bajo su protección las tropas que volvieron de la batalla del
Pozo de Vargas, en abril de 1867.
María Mercedes había recibido el mandato de la custodia de
la imagen, de su bisabuela, Petronila Sotelo, bisnieta a su vez de la primera
propietaria, Petronila Díaz, que a su muerte la dejó a su nuera Gertrudis
Orellana de Sotelo.
Agustín Chazarreta, hijo de don Andrés, el patriarca del
folklore argentino, entrevistó a la anterior propietaria de la imagen, en su
libro “Tradiciones santiagueñas”. Allí sostiene: “Dice doña Petronila que ella
nació en febrero del `año del cólera grande´ (1863) y que cuando nació hacía
cinco años que había muerto su bisabuela, según contaban sus familiares (sería
en 1858), y le decían que había muerto de sesenta años, o sea que había nacido
en 1798 y en las memorias de familia, se recodaba que esa señora se casó a los
veinte años (1818)”.
Agrega Chazarreta: “Dos años después, por una promesa hecha
a la Virgen de las Mercedes por una gracia recibida, doña Petronila Díaz de
Sotelo, encargó la imagen cumpliendo desde entonces la promesa de hacerle el
novenario y función mientras viva y encargar de ello a sus descendientes”. De
ello se deduce que la Virgen fue traída de Lima, Perú, por encargo de su
primera dueña, más o menos en 1820 ó 1821.
La nuera de Mercedes Sotelo, Susana Muratore, que aportó información
para esta nota, sostuvo que la promesa se sigue cumpliendo, ya que todos los
años, desde nueve días antes del primer domingo de octubre, por la tarde, los
vecinos del barrio se juntan a rezar a la Virgen y ese día -que antes coincidía con el Día de la Madre-
sigue habiendo misa, procesión, salvas de bombas y cohetes, repique de campanas,
los sones de la Zamba de Vargas, tocada por la banda de música y junto a ella, los
cadetes de la policía custodiándola desde temprano.
Sigue Chazarreta: “Siempre fue costumbre rezarle la novena,
para terminar la víspera del primer domingo de octubre, día en que se celebra
la función. Primeramente y por muchos años, ésta se celebraba en la vieja
iglesia de Belén, luego en la Matriz y después en La Merced. Las fiestas
adquirieron mayor popularidad a partir del año 1867 cuando Taboada, al regresar
de Pozo de Vargas, encargó al presbítero Sebastián de Jesús Gorostiaga que le
rezara un novenario solemne, con tres días de función y `patencia´ en la
Matriz, por haber sido Ella protectora de su ejército y haber triunfado. Desde
entonces fue que comenzó a llamársele la Virgen de los Montoneros y luego de
los años quedó como `la Virgen de la Montonera´”.
Susana Muratore, casada con Raúl Ibarra, uno de los hijos de
Mercedes Sotelo, recordó que su suegra inculcó la devoción a la Virgen a sus
cuatro hijos y a sus nietas, que casi todos los días, cuando iban a la casa de
la abuela, lo primero que pedían era visitar a la Virgen, a un costado de la casa, desde la que también
se accede por una puerta lateral.
Para el día de la Virgen, Mercedes Sotelo se ocupaba de
instalar una tarima frente al oratorio para que bailaran los chicos de las
academias de folklore, compraba las hostias en el barrio 8 de Abril y estaba en
todos los detalles para que la fiesta fuera un éxito. Ella misma y los vecinos
traían sandwichs, empanadas y gaseosas para compartir, después de la función le
convidaban a los músicos de la banda, a los cadetes que habían estado desde
temprano custodiando la imagen y luego, a la noche, todos compartían una cena a
la canasta.
En 1878 hubo algo que conmovió a todos los devotos, según
Chazarreta. “Al sacar la imagen del cofre en que se la guardaba, el 15 de
agosto, para vestirla y prepararla para un velorio, se la encontró
completamente negra. Este acontecimiento causó gran revuelo y se ignora el
motivo. Esa noche se congregó gran cantidad de gente que amaneció velando a la
Virgen y dicen que la gente lloraba y hacía penitencia diciendo que era señal
de alguna calamidad. No fue posible quitarle el color; aconsejaron hacerla restaurar,
tarea que estuvo a cargo de un imaginero de esa época: don José María García.
Hubo mucha gente que opinaba entonces que la Virgen no debía ser restaurada y
eso hubiera sido lo correcto, que quedara con el color moreno que tomó y así
hubiera llegado hasta nosotros”.
En la bella y diminuta capilla existen todos los ornamentos
para decir misa. Además tiene más de media docena de bancos y una alfombra,
también donados por promesantes, porque según Susana Muratore, “es muy
milagrosa”.
Dice Chazarreta: “Era costumbre iniciar los bailes de la
Montonera con la zamba de Vargas en recuerdo de Taboada y la época de las
montoneras. ¡Si sabré yo de esto, que fui mayordomo de la Asociación durante
siete años y siempre rompía el baile con una zamba bailando con doña Petronila!
Cuenta ella que eran famosos antes los bailes, al extremo de que su abuela,
antes de morir, al encargarle del culto de la Virgen, le recomendó que aún
cuando estuvieran de luto en la familia y haya promesantes que quieran poner
baile, los deje, porque esa ha sido siempre la costumbre y que mientras pueda,
sea ella quien baile la primera zamba”.
El periodista le pregunta a Susana Muratore si va a
continuar con la tradición. “Sí, por supuesto. No tiene por qué cambiar, ¿no?”.
Una persona más en la
casa
Un detalle, la Virgen era considerada una persona más en la
casa, alguien con vida real. De tal suerte, que todos los años, cuando le
ponían sus vestiduras de gala, la madre no permitía que los hijos varones la
vieran “desnuda”. Susana Muratore, su nuera, cuenta que a ella la instruía para
el día que no estaría más, así sabía cómo prepararla para las grandes
ocasiones. Para su fiesta una vecina prestaba su peluca de cabellos verdaderos
y otras la ayudaban a cambiarle la ropa.
(Nota aparecida en El punto y la coma, firmada por Juan Manuel Aragón)
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