sábado, 3 de septiembre de 2011

Julia Páez Luna


Julia Páez Luna.

La entrega al prójimo, la docencia, la patria

Nos dejó una hermosa lección de vida. Fue una estrella rutilante que iluminó el cielo santiagueño: distinguida e inigualable docente, benemérita enfermera, servidora social de alma, católica modelo. Puso su talento al servicio de sus semejantes.
Como un amigo privilegiado, fui depositario de una de sus confidencias en un caso de generosa entrega al prójimo en el frondoso anecdotario de su vida.
Cabe recordar que atendía personalmente a los enfermos del patronato de lepra y en una oportunidad enfrentó el desafío que la vida le presentaba cuando se debía trasladar a un paciente para ser internado en el leprosario “San Francisco del Salar, en la provincia de Córdoba. Nadie quería asumir la responsabilidad, por temor cierto al contagio que ello significaba. Médicos y paramédicos se excusaban en el pelgro de ser portadores del mal para su familia, para sus hijos. En esta circunstancia ella cargó al enfermo en la ambulancia e emprendió, por largas horas, el viaje que la condujo al leprosario cordobés. Luego de almorzar con los pacientes, emprendió el regreso a Santiago. Digno ejemplo de altruismo y amor al prójimo.
En 1936, como docente de la escuela nacional de Loreto, al frente de 35 alumnos, sorprendió al inspector viajero Basilio Herrera, en su visita a la escuela, la higiene y la pulcritud de sus niños, de humilde condiciones. Es que la señorita Páez Luna, de distinguido porte, era una eximia docente, asistente social y enfermera de la comunidad. Enseñó a los padres a asear a sus hijos y a fabricar calzado., Los padres hacían las plantillas de suela y las madres tejían hilos de lana hechos por ellas mismas. Razón por la cual ningún niño asistía descalzo.
Desde ese humilde sitial esta docente hacía patria.
“Docente con mayúscula”, escribió el inspector en el libro de inspección de la escuela. Con la linterna de Diógenes encontraríamos hoy un maestro así.
Su vida se apagó el 3 de abril de 1997.
Del libro Santiagueños notables III, de Roberto Arévalo.

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