sábado, 27 de agosto de 2011

Un viaje que sólo empezó

León Gieco, Carlos Carabajal, Carlos Saavedra,
Peteco, Gustavo Santaolalla y Rubén Palavecino.
Uno de los documentos folklóricos que mejor logró registrar y unificar las expresiones autóctonas de la Argentina.

Fue en el año 1984 cuando los músicos Gustavo Santaolalla y León Gieco junto a un equipo de colaboradores se animaron a proyectar una mágica y monumental gira por diferentes rincones del país.
Aquella memorable travesura plasmada en un álbum compuesto de cuatro discs, más un libro que se editó en el 2004, atestigua el maravilloso trabajo foto-documental registrado por Alejandra Palacios, más las crónicas de viaje escritas por Santaolalla, Gieco y el periodista Claudio Kleiman. Dicho trabajo representa hoy un estudio musicológico de gran contenido histórico en cuanto a su valioso aporte producido por todo el equipo en pos de conocer y documentar aquellos verdaderos reservorios del canto vernáculo nacional.
Frente a esta labor de rescate y difusión de las costumbres de raíz folklórica, el afamado plan se había enmarcado con la intención de llegarse a los sitios donde cada música en particular se había gestado, consistiendo en visitar los más remotos lugares y grabar con los artistas en su ambiente natural, y no precisamente llevar a los músicos a un estudio de grabación, en una ciudad tan grande como Buenos Aires donde perderían gran parte del sentimiento que les da a los intérpretes su lugar de origen.

Historia del proyecto y su paso por Santiago
En principio, la denominación “De Usuhaia a la Quiaca” tiene dos palabras indígenas, cuestión muy significativa y que a la vez simboliza la idea de integrar las músicas originarias de las provincias y de integrarse con todo tipo de artistas, y que ellos mismos determinaran el límite cultural del proyecto. El resultado fue sencillamente una verdadera obra maestra sin igual.
Los primeros intentos de lo que sería “De Usuhaia a la Quiaca” se inició en los estudios porteños de “Music-Hall”, donde Gieco,  junto a los santiagueños Sixto y su hijo Rubén Palavecino, más Alfredo Ábalos en bombo y Elpidio Herrera en sachaguitarra, habían registrado una grabación anticipando la idea del proyecto a encaminarse. Antes de este encuentro, León Gieco, en una gira por Santiago a principios de los años ochenta, durante la dictadura militar, había conocido a don Sixto en una histórica actuación en el viejo cine Renzi.
Gieco y Santaollala en Atamisqui.
Una vez iniciada la gira y a su paso por Santiago, se graban en el álbum las piezas “El Cardón”, vidala compuesta por Santaolalla y registrada en el patio del Indio Froilán González. Sobre aquella experiencia, cuenta León en el libro: “cuando fujimos a grabar, escuchábamos un ruidito que no sabíamos qué era, y al principio pensamos que era el ´brillo´ de las cuerdas de la guitarra. Después nos dimos cuenta de que era un crespín, un pajarito que estaba posado sobre una planta y cantaba junto con nosotros. Al escucharlos con auriculares, se notan perfectamente sus bocadillos justo en los lugares en que hay silencios”.
El paso por Santiago fue por idea de Gustavo Santaolalla, que ya vislumbraba el valor de Froilán como fabricante de bombos y en ese sentido remarca “fuimos al patio y se hizo una grabación, después nos fuimos a Atamisqui donde se grabó con Elpidio y sus sachaguitarras”.
“El Canto del Tero” (gato) fue la primera canción que León ensayó con don Sixto, y fue posteriormente grabada en los montes de Atamisqui junto a la chacarera “Dimensión de amistad”, ambas pertenecientes a Palavecino. La gran sorpresa del disco fue la versión “Sólo le pido a Dios”, en quichua, traducida por Elpidio Herrera e interpretada por Bernardino Coronel en voz y Gieco en armónica y guitarra.
En su relato sobre aquella maravillosa experiencia con los músicos santiagueños, Gieco definió a don Sixto como “un alma realmente muy especial y de una gran fineza y elegancia. Realmente fue una viesta trabajar con él, que también nos hizo una habilitación muy grande, reconociendo que tal vez nosotros teníamos otra modalidad de acercamiento al folklore y afirmando y revalidando esa posición nuestra”.
El último paso por Santiago fue en el popular barrio Los Lagos de La Banda, cuando se conmemoró uno de los cumpleaños de la abuela María Luisa Paz de Carabajal. Allí se grabaron dos piezas: “Chacarera del violín” y “Para Ale”, con un nutrido grupo de músicos.
Los artistas santiagueños que formaron parte de este laborioso proyecto fueron Sixto y su hijo Rubén Palavecino, Carlos y Peteco Carabajal en guitarra, violín y bombo, Elpidio Herrera y su recordado hermano Manuel, Bernardino Coronel, Carlos Saavedra en bombo y danza y Juan Carlos Carabajal.

“No hay culturas superiores”
Leda Valladares es una de las etnomusicólogas más reconocidas en nuestro país por su amplio y voluminoso trabajo de recopilación de expresiones musicales autóctonas. Este compromiso de difusión cultural la convirtió en una de las personalidades más respetadas por los demás colegas y estudiosos en la materia. Entre sus trabajos figura la recopilación de bagualas de más de 400 años de antigüedad y que fueron pasándose de generación a generación.
Este antecedente fue muy valorado por el propio León Gieco, quien le agradeció en persona a Leda Valladares por el apoyo brindado y por siempre ponderada sapiencia de entender que toda expresión nativista es única, y que por ello “no existen en el mundo culturas que sean superiores a otras”.
León junto a Leda grabaron en el cementerio de Maimará, en las ruinas de los indios Quilmes y en el anfiteatro del Cadillal en Tucumán. También en una casa de adobe de Amaicha, donde se grabó a la gran bagualrea del norte, Gerónimca Sequeida, hoy fallecida.
Después estuvo el “Canto colectivo” en el anfiteatro natural del piedra en los Valles Calchaquíes, donde un grupo de 1500 chicos tucumanos se reunieron para cantar bagualas y vidalas.
Otra de las grabaciones históricas fue la que hizo León junto a Isabel Parra, a orillas del Canal de Beagle, frente a la frontera chilena, a orillas del río Pipo, en Tierra del Fuego.
Para lograr este trabajo de producción se viajó con un estudio móvil de grabación, operado por el ingeniero Gustavo Gauvry. En todo el trayecto de los viajes se tomaron 2.000 fotografías y se grabaron más de  50 horas de vídeo registrando los momentos más gloriosos de la gira. Más de 600 conciertos recorriendo cada rincón argentino dieron fruto a esta hazaña cultural sin precedentes: músicos, poetas, maestros, alumnos, y la tierra misma, estuvieron hermanados en un proyecto en común por nuestra cultura.
Todo el trabajo desplegado en “De Usuhaia a la Quiaca” fue declarado de interés cultural por el Senado de la Nación en marco de 1994, por su laudable propósito de recuperación de músicas étnicas de nuestro país.
De sólo cerrar los ojos uno se imagina que una historia como esta podría volver a resurgir. Aunque ya los tiempos sean otros, nada es terminante en lugares donde muchos desconocen aún sus orígenes culturales. En tanto, están aquellos que hacen lo imposible por reverenciar lo propio como una forma de mantener vivas nuestras raíces indoamericanas.
“De Usuhaia a la Quiaca” se precia de ser un trabajo de gran estimación patrimonial para los argentinos, un viaje que sólo empezó y una mañana cualquiera de estas, podría seguir.
Tomado de una nota de Omar Estanciero, publicada en El punto y la coma.

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